Recuerdos encantados: los primeros años de La Encantada
Por: Henry Stenning
Hace medio siglo, en 1958, se concluyó la urbanización Country Club de Villa. Ese mismo año se terminó la construcción del Country Club de Villa. Ambos proyectos fueron creados por el doctor Hernando de Lavalle García, dueño del fundo Santo Toribio de Mogrovejo. El club tenía desde su inicio una cancha de golf, y dentro de la urbanización una cancha de polo.
Dos años después, en 1960, en los terrenos colindantes a la urbanización Country Club de Villa, se formó la lotización semirrústica La Encantada. El responsable de la lotización fue el ingeniero Mario Suito. Tenía como asistentes a un argentino llamado Santiago Fitz Simmons y a don Carlos Castagnino.
La lotización se llevó adelante en dos etapas: la primera, que comprendía aproximadamente 30 hectáreas, se ofreció en lotes de 2500 metro cuadrados, ubicados en ambos lados de tres alamedas: Los Molinos, La Encantada y Los Abanicos. Posteriormente, cuando se ofrecieron las otras etapas, el tamaño de los lotes se redujo a 1250 metros cuadrados, según el Reglamento Nacional de Construcciones.
No era obligación, pero se tomó especial cuidado en dejar zonas amplias de jardines y parques. Se aseguraba así la intangibilidad de las aéreas verdes y la ecología de la zona. Recordamos los consejos del doctor Lavalle García a los nuevos propietarios: “Tengan, de preferencia, cercos vivos y pocas paredes”.
Las primeras casas se construyeron en la zona del Country Club. Fueron unos bungalows con frente al mar, unos de los cuales fue habitado por Luis Banchero Rossi.
En esa urbanización se construyeron varias casas, mayormente juntas. En cambio, las de La Encantada estaban aisladas unas de otras. Muchos propietarios venían solo los meses de verano y pocos se quedaban a vivir todo el año.
La primera casa construida en La Encantada estaba ubicada en la Alameda Los Abanicos, frente al Parque Caballero de la Capa, de propiedad de don Nicolás Salazar Orfila. Esta casa, muy bonita y de estilo californiano, permaneció vacía por mucho tiempo, y así la siguiente construcción desarrollada por el ingeniero Suito fue la primera casa habilitada de La Encantada. Recién casado con su esposa Elena Sánchez Aizcorbe, llegó para vivir en La Encantada el 31 de diciembre de 1962. Hoy en la misma casa, ubicada en la calle Conchán del Tajo, vive su hija Mónica, con su esposo y familia.
Entre los primeros habitantes de las zonas podemos mencionar las familias: Euler, Buzzio, Succar, Tait, Rodrigo, Sendón, Stenning, Buendía, Celi, Del Castillo, Sommerkamp, Odría y nuestra recientemente fallecida, “La Chata”. El nombre de las calles las puso el doctor José Antonio de la Valle, hijo de don Hernando, y las palmeras las sembró el ingeniero Suito, con semillas que encontró en la zona. Mario tenía un vivero al fondo de Los Huertos y era una gran aventura llevar a los hijos allí caminando entre dunas y arbustos.
La primera directiva de la Asociación de Vecinos fue formada por el coronel Arce, quien la presidió, el ingeniero Suito, el señor Sommerkamp y el autor de esta nota, Henry Stenning.
Fueron más bien reuniones sociales en que usualmente nos entreteníamos con los cuentos del coronel y los episodios de la campaña militar contra la sublevación en Trujillo.
Estaban en esos años, los padres agustinos. El primero fue Father Clark. Un hombre muy simpático. Recuerdo que comenzó la misa un domingo informándonos que ¡no había obligación de que nuestros perros también escuchen la misa dominical!
Esos primeros años había muchos zancudos y era necesario tener tela metálica en las ventanas y prender fumigadores en la noche. En varias ocasiones se contrató al “Pollo” Arrarte para que fumigue la zona con su avión.
Los medios de comunicación eran pocos. El ingreso a la urbanización era solo una: por los Pantanos de Villa. Al final de la pista que atraviesa los Pantanos, donde se encuentra con la Panamericana Sur, existían unos postes de piedra con cadena.
Entre los vecinos contratamos a un guardián a fin de que controlara el ingreso: en ese tiempo solo dejábamos pasar los vehículos que entraban al Club de Villa y las dos urbanizaciones.
Para llegar a ese portón desde Chorrillos teníamos que viajar de Chorrillos en el Pachacamino, que tenía un horario escaso. Ante esas circunstancias, quien vivía en La Encantada forzosamente debía tener su propio vehículo.
Durante muchos años, el guardián fue Panchito Ramos. En ciertas ocasiones de noche se tenía que enfrentar a grupos que insistían en entrar. Tuvimos en estos casos que recurrir a la ayuda de la comisaría de La Curva.
El doctor Succar recuerda que como Intendente de Sanidad prohibió el ingreso de porongos de leche de los establos del frente.
Nuestros hijos usaban el Pachacamino con frecuencia, y luego gorreaban a los otros vecinos el viaje a sus casas. En otras ocasiones caminaban desde La Curva por los campos de cultivo de Los Cedros para llegar a casa. Junto con otros vecinos, chivateaban en los pantanos y organizaban caminatas a La Chira y La Herradura. En otros momentos formaban parte de los equipos de fútbol de los jardineros que jugaban detrás de lo que es hoy el Colegio La Casa de Cartón.
Durante muchos años, el ingeniero Suito fue reconocido como “El Sheriff” de la zona y su palabra era la ley.
Gracias al señor Buendía, vecino de la urbanización Country Club de Villa, conseguimos una pequeña central telefónica que se instaló junto a la caseta de ventas, allí donde hoy se encuentra el local de Villa Pizza. María Vargas, hermana de Ángel, fue la encargada de la central. Mario le regaló un reloj de arena para controlar que las llamadas no fuesen de más de tres minutos.
Después de un tiempo, debido a las necesidades urgentes, Mario también puso junto a la caseta nuestra primera bodega. Inicialmente la organizamos Mario Suito, el vecino Giorgio Meloni y quien escribe. Luego se incorporaron varios otros vecinos. Nuestro primer administrador fue Augusto Vargas, padre de Ángel. Lo recordamos como todo un caballero, muy respetuoso, de carácter simpático y muy íntegro.
Los vecinos nos veíamos en la misa y en la playa. Había mucha afición por la jardinería y la pesca. Bajaban los vecinos desde los cerros para pescar en las primeras horas de la mañana y nos juntábamos a ellos. Más tarde los veíamos pregonando la venta de su pesca por las calles.
Los jardines eran regados tanto por mangueras como desde acequias de drenaje. Uno de los drenajes pasaba a cincuenta metros de la calle Caballero de La Capa. Recordamos que donde desembocaba en la playa crecían hierbas y pastos verdes, y nos referíamos a esta emanación de agua como “El Río de los Dinosaurios”. Los suelos, aunque arenosos siempre fueron buenos para verduras y flores y recordamos las cosechas de alverjitas en la Alameda los Abanicos.